domingo, 23 de mayo de 2010

El desequilibrio de la personalidad


Según el Cuarto Camino, es una tarea urgente para el hombre que desea despertar y transitar el camino del desarrollo interior situar a la luz del Conocimiento al hombre de nuestra civilización.

El hombre exterior, formado en las condiciones de la vida contemporánea y actuando en el medio social, político y cultural que nos rodea es para la Gnosis cristiana y para el Cuarto Camino de Gurdjieff, un tipo de hombre que, aún perteneciendo a la capa culta de la sociedad, está profundamente desequilibrado en su ser interior, o lo que es lo mismo, en sus potencias intelectuales, instintivo-motoras y emocionales.

No se pretende calificar a la generalidad de los intelectuales -donde este problema es más frecuente- y mucho menos a la generalidad de los hombres y mujeres de nuestro tiempo; sólo nos referimos a un tipo humano que se repite demasiado, por desgracia, entre la élite intelectual directiva de nuestra sociedad y que se causa un gran daño a sí mismo y a los demás motivado por el erróneo desarrollo de su ser.

Para comprender mejor lo que queremos exponer, es necesario referirse a un símbolo mitológico griego, la imagen de un monstruo mítico: la Quimera. Esta creación mítica se representa con la cabeza de un león, el cuerpo de una cabra y la cola de un dragón y vomitando fuego. La Quimera tenía por padre a Tifón, príncipe del mal y de la esterilidad y por madre a Ecidra, mitad mujer y mitad serpiente, que había engendrado a Crisaor, nacido de la sangre de la Medusa. De la Mitología griega, la Quimera ha pasado al cristianismo como ornamento en ciertas catedrales góticas. Las górgolas de Notre-Dame de París, por ejemplo, han sido esculpidas en forma de Quimeras. El sentido simbólico de la Quimera es conocido y su nombre ha pasado al lenguaje corriente significando una idea falsa, una vana imaginación. Un espíritu quimérico se alimenta de ilusiones y un proyecto quimérico se derrumba ante la prueba de los hechos, siendo sin fundamento o irrealizable.

Todos los seres en la Naturaleza, según el Cuarto Camino y la Gnosis cristiana,  se dividen en tres categorías en relación al número de centros que le son propios. La primera categoría se compone de seres que no tienen más que un centro psíquico que es el centro motor. No poseen ni siquiera emociones de tipo primitivo y menos sentimientos. Un ejemplo de este tipo de animal sería el gusano. Los seres pertenecientes a la segunda categoría tienen dos centros: los centros motor y emotivo. Un ejemplo sería un perro o un caballo que son susceptibles de algún tipo de “amor” a sus dueños. Finalmente los seres que poseen tres centros -únicamente los humanos- tienen el centro motor, el centro emotivo y el centro intelectual. Pues bien, sucede que la Quimera mítica correspondería a un animal de tipo superior; por tanto debería tener los dos centros, a saber, el centro motor y el centro emotivo, ya que se representa con la cabeza de león y el cuerpo de cabra. Sin embargo, ella posee los dos centros psíquicos, pero corresponden a los centros motor e intelectual, no al motor y al emotivo, como sería de esperar. Su existencia como animal es, por tanto, irreal, quimérica, en el sentido actual del término, porque en la Naturaleza no existen otros seres bicéntricos que los poseedores de un centro motor y un centro emotivo. Este fue el motivo esotérico que llevó a introducir este monstruo en la mitología de la alta Antigüedad, la cual remonta a las fuentes de la Iniciación. El simbolismo de la Quimera, por tanto, y su estudio nos ayuda a comprender mejor la condición del hombre exterior en el sentido de la Gnosis cristiana y del Cuarto Camino de Gurdjieff.

Consideremos de nuevo el funcionamiento de los tres centros del hombre en sus dos aspectos positivo y negativo. De estos tres centros, el Centro Motor es el más desarrollado pues posee en el hombre millones de años de evolución. Tiene además un funcionamiento muy complejo. Por ejemplo, el espermatozoide tiene un centro motor muy desarrollado. Es evidente que “conoce” a la perfección lo que ha de hacer y lo ejecuta. A su vez, el óvulo asegura la función instintiva dentro de la maravilla que supone la fecundación del óvulo por el espermatozoide. Una vez que se ha realizado la concepción del ser humano, la función de desarrollo la toma la parte instintiva del centro motor de la madre. La madre no ha de pensar en cómo desarrollar a su hijo que se encuentra en su vientre. Lo realiza su centro instintivo.

Dentro ya del desarrollo del ser humano una vez nacido, sabemos que el centro motor necesita de la educación y de la instrucción para su desarrollo (andar, utilizar diversos aparatos, deportes, música, etc.) y, en el caso del centro intelectual, esta ayuda es imprescindible. Este centro es una tabla rasa en el nacimiento, como decía Aristóteles. Debe aprender todo. Sin embargo, todo el sistema actual de educación pública: primaria, secundaria y universidad, está totalmente orientado al crecimiento de los centros motor e intelectual, descuidando de un modo lamentable el centro emotivo. Nuestra cultura es una cultura intelectual por excelencia. Esto se ve claro cuando se considera que el hombre de nuestro tiempo, de cualquier clase social, es capaz de participar en la evolución de la cultura contemporánea a poco que se prepare para ello y desempeñar alguna función dentro de ella.

Frente a este desarrollo al máximo de los centros motor e intelectual, el centro emotivo del hombre, en nuestra cultura, aparece como huérfano del más mínimo cuidado educativo. Máxime en los varones, en los cuales no se educa generalmente para nada el poseer sentimientos y, menos aún, el que sean sentimientos delicados. Nuestra sociedad, por medio de los poderes públicos, no se preocupa para nada de su desarrollo. Los intentos de incluir dentro del sistema educativo la educación musical son bastante débiles y son de última hora. Incluso la instrucción religiosa, que por otra parte va en retroceso en muchos países al no ser obligatoria, se ve constreñida a un intelectualismo que limita su efectividad a la hora de formar un hombre íntegro y equilibrado. No nos sorprende, por tanto, que conforme la edad de la persona crece, el centro emotivo, abandonado a su suerte, degenere y se paralice cada vez más ya que lo que no crece y se desarrolla cae en la degeneración.

Todo esto pasa desapercibido a los observadores por dos motivos: por una parte ellos pertenecen, generalmente, a este tipo de hombre desequilibrado. ¿Cómo podría observar lo que no sospecha que es útil? Por otro lado, la situación está tan generalizada que pasa desapercibida. A todo esto se añade una razón aún más fuerte en cierto modo, el hombre de nuestros días puede hacer una brillante carrera y triunfar, aparentemente, en la vida sin que tenga para nada que mostrar sentimientos, sin que tenga que desarrollar su centro emotivo. Muy al contrario, teme muy a menudo que el centro emotivo, los sentimientos, se crucen e inmiscuyan en su vida. Desde su óptica miope y de triunfo material teme que el amor a los demás, la compasión, la solidaridad, le puedan complicar y exigir lo que su mentalidad depredadora no está dispuesta a dar. Su miedo a la “debilidad” de los sentimientos y lo que considera una “carrera” exitosa no le consienten dar un lugar en su vida a la sensibilidad y al amor a los demás.

Vemos, pues, que esta situación necesita un urgente remedio. Meditemos en ello y procuremos desarrollar en nosotros aquellas facultades que nos faltan para ser el Hombre equilibrado del Cuarto Camino, un hombre número cuatro, según esta enseñanza. Todo este trabajo no puede empezar sino por la observación de sí mismo en las circunstancias corrientes de la vida, suavemente, sin forzar, con desapasionamiento, sin identificación para llegar, como siempre a realizar el gran mandato "Gnose te ipsum" por donde comienza todo desarrollo en el amor a sí mismos y a los demás, sin carga de juicios ni condenas, sin intelectualismos retorcidos, sin mente inferior matadora de lo real, dentro de la compasión universal y el amor indefinible y sin nombre.

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